domingo, 27 de octubre de 2013

Something terrible, por Dean Trippe


Un breve pero conmovedor relato de dolor y supervivencia. Comparto aquí una de las escenas finales de la novela: nuestro protagonista, que es también el autor, descubre en la ficción, más que un escape, un puerto seguro para anclar todos sus demonios. Y díganme: ¿acaso no es ése el fin de toda creación, de todo el arte?

Foto: Ayer tuve la dicha de toparme con una excepcional novela gráfica: Something terrible, de Dean Trippe. Un breve pero conmovedor relato de dolor y supervivencia. Comparto aquí una de las escenas finales de la novela: nuestro protagonista, que es también el autor, descubre en la ficción, más que un escape, un puerto seguro para anclar todos sus demonios. Y díganme: ¿acaso no es ése el fin de toda creación, del arte?




Aquí, en este siguiente link, pueden comprar la novela gráfica de Trippe: http://www.tencentticker.com/somethingterrible/. Vamos, cuesta sólo un dólar, qué esperan.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Ceguera


Dicen que el amor está en la calle,
pero yo no lo veo.
Dicen que parece una horda de estudiantes
corriendo en medio de las estelas de humo,
llorando por motivos ocultos, químicos, interiores.
Dicen que el amor es así, feroz;
y valientemente tonto como los jóvenes.
Yo bebo mi café de las 6:00 de la tarde buscándolo.
Anhelando dar con él en algún rostro anónimo,
en dos manos que se juntan apenas, sin darse cuenta.
Lo busco en los malecones, en los cines, en las
                                                                        paradas,
en los callejones,
en un gesto secreto debajo de la mesa...
Pero nada.
Nada.

Dicen que el amor está en la calle,
pero yo no lo veo.

/ Magdalena Camargo, poeta panameña.

domingo, 4 de agosto de 2013

DICHOS DE AGUR



Tres cosas hay que me han impresionado
y una cuarta sigo sin descifrar:


el sonido que hace el cuello del Guasón al fracturarse.
Heywood Floyd y sus gritos a mitad del espacio.
La sospechosa facilidad que posee la poesía para trastornarse a sí misma.
Y el vómito sanguinolento de una anciana con úlceras
que vi a los cinco años y que siempre en sueños vuelve para aterrarme. 


lunes, 15 de julio de 2013

POETAS PERDIDOS EN LA MUERTE [*]


A Omar Elvir, por supuesto

Hay tardes en que me acuerdo de ellos, otras veces sólo de él. Para entonces, mi primer hijo tenía unos ocho años de haber caído en combate, y mi otro hijo, el menor, estaba en Europa realizando estudios de Química. Por mi parte, nunca busqué o necesité otra pareja sentimental, podía (quería) estar sola. Era algo que me había prometido a mí misma desde el día en que enviudé. Aquellos años, y todo lo que se vivía, eran suficientes para mí y mi soledad. Para mantenerme empecé a alquilar los cuartos vacíos de mi casa, tres en total. Si bien es cierto que siempre existió algo de peligro al dejar entrar a cualquier extraño a mi hogar, nunca tuve problemas con nadie. Jamás. Y eso es mucho decir para aquella época, cuando no se sabía si la persona que te daba la mano era en realidad un amigo o sólo un espía de la contrainteligencia, un yanqui agente de la CIA. Aunque, para ser franca, ¿qué podría querer el imperio con una vieja como yo? Pero eso era lo que nos decían, y mujer precavida vale por cien. Había casos de casos, eso que ni qué. Una vez se quedaron unos acróbatas que vinieron con un espectáculo de un circo ruso y que al final, no sé para qué, se quedaron en el país; en otra ocasión se hospedó una pareja de músicos salvadoreños (ella en el canto y él en la guitarra) que iba sólo de paso, pero que prefirieron conocer Nicaragua a fondo, pues me confesaron que deseaban estar al tanto de todos los pormenores del proceso de revolución; hubo una vez una muchacha muy bonita que me alquiló un cuarto por dos meses, pero una mañana, cuando no habían pasado ni dos semanas desde su llegada, se marchó diciendo que tenía asuntos por atender. Me abrazó diciéndome al oído que nunca más nos volveríamos a ver. Y así fue. Como decía, en esos años una veía de todo, pero siempre lo recuerdo a él con mucho cariño. A ellos, a los dos.  
Era mexicano, de eso estoy segura. Lo deduje por su acento y por lo que decía. A veces se le escapaban palabras como chingón o chale o cuate, cosas así. Vino solo, cerca de mayo o junio. Había viajado hasta Sudamérica y había recorrido todo el trayecto hasta acá al puro raid; qué loca es la juventud, ¿verdad? Cuando le pregunté cuánto tiempo pensaba quedarse me dijo que no lo sabía, que sólo buscaba a un amigo y que esperaba encontrarlo pronto. Pregunté por su nombre y sólo dijo Mario. Pero tenés apellido, ¿verdad?, ¿o sos sólo Mario?, insistí. No, Mario Santiago, así me llamo, contestó. Yo creo que era medio loco, o al menos me da esa impresión. Salía por la mañana y no regresaba hasta en la noche, o a veces ni se aparecía a dormir. Vestía siempre una chaqueta de cuero, de esas grandes, sofocantes, que me recordaba a la de Pedro Navaja, sólo que en color negro. Siempre leyendo: en el desayuno, en el almuerzo, en la cena. Creo que dormía hasta encima de los libros y no de una almohada, va a creer. Siguiendo con mi inusual huésped, era poeta. Sí, así como lo oye. Me contaba historias de México, de la ciudad donde vivía, de otro montonero de poetas jóvenes, de su mejor amigo (otro, no el que vino a buscar), de un viejito apellido Guerra que era el mero mero de las letras en su país, y de otras cosas de las que ya no me acuerdo. A veces me leía sus poemas, pero eran demasiado para mí y yo sólo enmudecía y sonreía para él, cuando en verdad no había entendido nada. Una noche toqué a su puerta para avisarle que la cena estaba lista, y como nunca contestó, decidí entrar. Estaba sentado en el suelo, fumando y escribiendo en una pequeña libreta que siempre llevaba en un bolsillo de su chaqueta, como él mismo me dijo después. Pregunté qué escribía y dijo que un poema para un amigo. ¿Para el amigo que andás buscando?, pregunté. Sí, dijo y volvió a zambullirse de nuevo en su libretita, como si yo no estuviera ahí o como si yo no existiera del todo y él habitara en su propio mundo.
Una tarde regresó muy contento, pero no vino solo. El hombre que lo acompañaba, según lo que me dijo, también era poeta. Doña Yolanda, le presento al amigo que andaba buscando, el poeta Beltrán Morales, dijo el mexicano, tratando de hacer las debidas presentaciones. Era un hombre bastante alto (para mí todos son altos), que usaba unos lentes gruesos y un tupido mostacho. Recuerdo que vestía bastante extraño: usaba una chaqueta verde, como una especie de frac, aunque puedo estar equivocada; llevaba una corbata roja mal anudada encima de una camisa blanca; cargaba también un saco de lona, lleno de lo que parecía ser un montón de libros. Se miraba algo distraído, como ausente. A veces bajaba la cabeza y se mordía los labios. O eso creí al principio, porque luego de fijarme detenidamente vi que en realidad hablaba, como si desvariara. Se sentaron un momento en la sala y empezaron a platicar. A mí no me gusta escuchar las conversaciones ajenas, pero ellos insistieron en que no me moviera, que yo estaba ahí primero. Hablaron de muchas cosas que no entiendo, ni antes ni ahora. Pero en cierto momento, y esto sí lo entendí, el de chaqueta verde dijo que ellos morirían y que nadie los recordaría. Mi inquilino asintió con la cabeza, pero como queriendo y no queriendo a la vez. Prefiero el abismo a ser uno de ellos, amigo, dijo el mexicano. Luego, el de chaqueta verde dijo que la poesía terminaría matándolos y que no había forma de detenerla. Dicho esto, yo sentí una especie de escalofrío en la base del estómago, algo muy feo, como si alguien viniera y clavara su puño en mi vientre y empezara a juguetear con sus dedos dentro de mí, revolviéndolo todo; los dos hombres callaron. El mexicano se levantó y pidió a su amigo que esperara un momento en la mecedora mientras él buscaba algo importante en el cuarto. La sala volvió a sumirse en el silencio. Luego, el hombre de chaqueta verde se levantó, fijó su mirada en mí, y sin palabra de por medio, abandonó la casa. El mexicano salió del cuarto con un montón de hojas en la mano, preguntando por su invitado. ¿Y mi amigo?, preguntó. No sé, se fue de repente, no dijo nada, respondí. El mexicano se asomó a la calle y pudo ver la figura del hombre de la chaqueta verde aún alejándose. Gritó: ¡Beltrán, carnal, espera!, y corrió hasta alcanzarlo. Yo no pude evitar (aún hoy sigo sin saber por qué) asomarme a la puerta y verlos ahí, caminando, a un paso seguro pero impreciso. Ahí me quedé, contemplando cómo se perdían en la noche, igual que una navaja clavándose en la herida abierta de esta ciudad.
Ya después, el mexicano y Beltrán (que ya no siempre traía su chaquetón verde, a veces optaba por otro tipo de prenda, más ligeras, así que terminé llamándole por su nombre: Beltrán, así nomás) se quedaban más seguido en la casa. Se sentaban en la mesa de la sala a fumar y a conversar mientras revolvían un montón de papeles; yo les preparaba cafecito y les decía: muchachos, no trabajen tanto, que se van a morir sobre tanto papelero, y ellos sólo se reían. Es que se quedaban muchas veces hasta medianoche; yo me iba a dormir y los dejaba ahí, bostezando y cabeceando pero insistentes en sabrá Dios lo que hacían. Una mañana, bien tempranito, salía de mi cuarto, creo que con los ojos todavía chilicosos, y ahí estaban ellos. Discutían en voz alta. No se sorprendieron cuando me vieron salir a la sala, ni pararon tampoco. No sé de qué o por qué peleaban, pero se miraban algo agotados. Vea qué curioso: no se miraban molestos, sino exhaustos de tanto trabajo creo, y eso los estaba llevando a tener diferencias. No sé cuánto tiempo pasaron así. Trabajaron semanas, meses. Mi madre me enseñó a mantenerme de lejos en los asuntos que no son ni de mi incumbencia ni porvenir; a no ser metida, pues. Pero lo que ellos estaban haciendo, sea lo que fuera, los estaba desgastando a un nivel en que parecían más fantasmas que hombres, más huesos que carne, más ese conjunto de papeles que un mexicano y un nicaragüense.    
Me acuerdo de un día en especial en que Beltrán vino solito a buscar al mexicano, pero éste andaba dando unas vueltas quién sabe dónde. En fin, como el mexicano no estaba lo invité a pasar. Preparé café (todo el que viene a mi casa sabe que, a pesar de las dificultades económicas por las que paso, siempre podrá encontrar una tacita de café caliente y una conversación casi igual de sabrosa) y nos sentamos en la sala a platicar. Era la primera vez que estábamos solos los dos. Como yo soy bien hablantina, parezco una chachalaca a veces, me puse a preguntarle un montón de cosas, y viera qué lúcido el hombrecito. Me empezó a hablar que de sus hijos, que de sus libros, que de la Colonia Centroamérica era la mejor carne asada. Bueno, pasamos buen rato volándole merengue a los recuerdos, hasta que no me aguanté y le pregunté de una buena vez: mirá, ¿y ustedes qué tanto hacen todos los días? Entonces me quedó viendo con una cara como de asustado, pero como de enclaustrado también, encerrándose en la respuesta que no me quería dar. Es un proyecto personal con Mario, me dijo, pero por ahora no queremos revelar mucho porque aún está cuajándose. Ahhh, le dije. Sí, siguió hablando, y tenemos que apurarnos, no sé dónde estará este jodido, no nos queda mucho tiempo. ¿Es que tienen que entregárselo a alguien?, le pregunté. No, pero tenemos poco tiempo, dijo. Repentinamente hizo algo como en señal de levantarse, pero en lugar de eso buscó en su saco (nunca lo dejó de andar) una bolita de papel. La abrió y la desarrugó y comenzó a leer: era un poema de cómo un amigo suyo cae de un edificio, desnucándose, de alguien que muere de lepra, de que luego escucha a la Guardia asesinar ancianos y niños, la sangre corriendo, y de que ya no puede callar teniendo tan de cerca, cerquita, a la muerte. Y empecé a pensar: también la he tenido tan a mi lado que de extender mi brazo podría sentir la palma de su mano, su fría y huesuda mano; ¿entonces por qué no me ha llevado a mí, si me ha quitado casi todo?
Ya vio, habló mirándome a los ojos, tenemos poco tiempo. Pues sí, le dije, todos tenemos poquito tiempo, hay que saber aprovecharlo. El mexicano llegó al ratito, llevaba una cara de afligido que me provocó entre benevolencia y lástima. Se sentó y calló por unos segundos. Inesperadamente, así de sorpresa, dijo que tendrían que cancelar todo porque debía devolverse inmediatamente para Argentina. ¿Pero qué pasó?, preguntó Beltrán, aunque yo también quería saber. No te lo puedo contar por ahora, pero es necesario que regrese, respondió el mexicano. ¿Qué puede ser tan grave que no podés decirme?, le dijo Beltrán. El mexicano, con los ojos prendidos de un agujero en una pared por donde se escabullían dos ratoncitos que ya me tenían loca, dijo: le encontré la pista a los versos inéditos de una poeta que quiero que esté en el proyecto, su nombre es Claudia Saldaña; tengo que apurarme: no sé si me la encontraré a ella o a su espectro. Beltrán, insatisfecho o decepcionado, sólo se limitó a asentir, se puso de pie, me agradeció por el café, caminó hasta la puerta, y, antes de salir a la calle, se regresó al mexicano y le dijo: vos sabés que hay algo más grande que nosotros dependiendo de esto. Les escribiré a todos en cuanto pueda, estoy seguro de que comprenderán, dijo el mexicano, que estaba bastante triste, eso sí, con cara de niño moto. No, no me refería a ellos, dijo Beltrán. ¿Entonces quiénes?, preguntó el mexicano. El oficio, Mario, le dijo, el oficio, y se fue. Esa misma tarde el mexicano, luego de pasar horas encerrado en el cuarto, salió (me consta) a buscar a Beltrán. Pasó días fuera y cuando regresó me dijo que no había logrado dar con él. Poco tiempo después el mexicano se marchó, en un domingo gris y nublado; nunca más lo he vuelto a ver. Tampoco a Beltrán.
Tengo una amiga, que vive de aquí como a las tres cuadras, que tenía un hijo que vivía en Canadá. De vez en cuando hablaban por teléfono, al menos una noche por semana. La otra vez él le preguntó cómo andaban las cosas por acá, y ella le dijo que nada bien. Tengo ganas de regresarme, le confesó. No, mi amor, quedáte allá, qué vas a venir a hacer acá, mejor hacé allá tu vida que, de todas maneras, ya me voy a morir yo. Ay mamita, no sea loca, no diga esas cosas, pedía su hijo. Cómo no, mi amor, le decía ella, ya la siento cerca. Me contó eso y una semana después él estaba muerto de una trombosis. Veintiocho años y con una trombosis, qué pecado. Creo que a eso se refería Beltrán, con lo de la muerte: sabemos de ella y de su proximidad, pero nadie nunca sabe cuándo ni dónde se presentará. Lo único que queda por hacer, si somos capaces, es no quedarse callado, gritar lo más fuerte que podamos, enfrentar la muerte hasta donde los pulmones permitan. Imagínese, todo lo vivido y perdido, lo que tenemos hoy y mañana no. Mi esposo, mis padres, mi hijo; aquellos dos extraños que aparecieron como el verano, como las palabras que, por mucho que repitamos, nunca conseguimos gastar, sino que permanecen como complemento de nuestra nostalgia. Por esos dos, deben de haber como veinte historias más por ahí. Se miraban cientos de casos así en la Managua del ochenta y cinco. Sólo hay que buscar.



Posdata de septiembre de 2010. Este relato está inspirado en una entrevista que realicé, por motivos académicos, en el mes de octubre del 2004 a la señora Yolanda Cardoza, ciudadana nicaragüense de 67 años de edad, originaria del departamento de Carazo. Doña Yolanda se trasladó a la capital luego de la muerte de su primer hijo, Edgar Mendieta, asesinado durante un enfrentamiento con la Guardia Nacional en Diriamba, su natal ciudad. Su hijo menor, Hugo, viajó a la URSS para estudiar gracias a una beca del Estado luego del triunfo de la Revolución. Hoy en día es profesor en la Universidad Nacional de Ingeniería. Doña Yolanda, luego de la partida de Hugo, decidió mudarse al antiguo domicilio de sus suegros ya fallecidos, herencia de su también difunto esposo, ubicada en la Colonia 14 de Septiembre, en la residencia N-948. En ese entonces, mi único interés era escribir una crónica sobre la vida de doña Yolanda, distinguida habitante del populoso barrio, con motivo del cuadragésimo aniversario de su fundación; no obstante, lo que terminó por contarme me llevó a más que eso. 
Mario Santiago (años después llegaría a llamarse Mario Santiago Papasquiaro) fue un poeta mexicano fundador del movimiento de vanguardia conocido como infrarrealismo. De acuerdo a mis cálculos, cerca de 1983, con su entrañable Roberto Bolaño ya en España, decide viajar a Sudamérica y recorrer el continente entero hasta regresar a México. Según lo que he leído, especialmente en algunos blogs repletos de especulaciones, Santiago pasó cortos períodos en Rio Grande do Sul (no le costaría el idioma: por su colindancia con la pampa argentina predomina un portugués bastante gauchesco), Cochabamba (motivado por Víctor Jara), y la Rosario del Che. Rechazó ser huésped de Cintio Vitier y Fina García Marruz en La Habana; se cree que buscó la tumba de Camilo Torres sin éxito; cerca de Quezaltepeque, escribiría un epitafio para Roque Dalton. Cuántas madrugadas le habrán descubierto vagando por las avenidas, taciturno y comprometido; con qué otras tiranías se habrá encontrado. Tuvo estrecho contacto con los sindicatos de obreros, movimientos estudiantiles, grupos itinerantes de teatro callejero, indígenas desplazados; experimentó, sin mucha complicación, con la narrativa. De aquí data su primera aventura prosaica: un brevísimo tomo de cuentos experimentales, dejado en manos de un inescrupuloso editor chileno que, a la larga, terminaría desechando; supongo que no habrá encontrado valor alguno en aquellos textos, le habrán parecido estrafalarios, crípticos, repletos de imágenes inentendibles, abusando tal vez de la imaginación, como ángeles corriendo desnudos de la cintura para abajo; supongo, también, que tal vez pudo haberlo perdido. El poeta Fernando Vargas Valencia, me contó, no antes de una buena ronda de tragos paralela al Simposio Internacional Rubén Darío, acerca de ciertos testimonios de la estadía del mexicano en Bogotá, aunque no del todo comprobados. Extraoficialmente leí, de nuevo en blogs, que llegó a entrevistarse con Jotamario Arbeláez, poeta nadaísta, y que incluso protagonizaron algunas peleas en varias cantinas. No tan al sur, un amigo estudiante de Letras en la Universidad de Costa Rica, luego de mi insistencia con el tema, respondió a mis correos electrónicos con una clara crónica digitalizada de La Nación, donde un periodista sintetizaba, de manera bastante socarrona, cómo los peones de las bananeras eran cada vez más estrafalarios, hasta haber conocido a un mexicano que decía ser poeta.
Beltrán Morales, poeta nicaragüense reconocido por su talento, ironía, sarcasmo e irreverente actitud crítica. No preciso de la fecha exacta del primer encuentro entre Morales y Santiago. Algunos familiares del poeta, fuera de entrevista, me confesaron que Morales vivió por un corto período en el Distrito Federal, en un cuarto de azotea de Licenciado Verdad, para los convulsos años setenta. Viajó de manera ilegal, casi clandestinamente, esperando encontrar suerte con las editoriales mexicanas; bastante inverosímil me parece esta versión, pues Morales pudo haber publicado, por ejemplo, con EDUCA, la editorial centroamericana regentada por el escritor Sergio Ramírez, su cuñado. De estas experiencias nace Hombres de muñequera blanca, poemario hasta hoy inédito, escrito a destiempo, fluctuando entre la Avenida Roosevelt y Tlatelolco. Prosigo. Allá, en los tiempos más aciagos, fue auxiliado por el poeta Ernesto Mejía Sánchez, docente en la Universidad Nacional Autónoma de México, por lo que a veces era visto rondando el campus. Usaba el pelo largo y siempre hablaba de la poesía en Grateful Dead. Tengo entendido que Morales, obviamente, nunca se matriculó; esto no le fue impedimento para merodear todo lo concerniente a las letras: presentaciones, conferencias, ciclos de lectura, lo que fuera. Se hizo de algunos maldicientes, enervados por su ácida crítica durante los talleres de poesía; el resto de talleristas se sentían intimidados por su sola presencia, sus patillas, sus textos, la convicción en sus palabras. No en vano el poeta místico Ernesto Cardenal tildara a Morales de izquierdista revoltoso. Casi lo matan a golpes luego de que le gritara asesino a  Gustavo Díaz Ordaz, retándolo a la mitad de un audiencia convencida pero silenciada; de milagro no fue encarcelado y deportado. Esta historia, en parte, es corroborada por el poeta Julio Valle-Castillo, quien sí estudió en la UNAM y que también pudo compartir con Santiago y Bolaño. Incluso, el poeta Valle-Castillo me presentó, cuando lo visité en su residencia capitalina, una fotografía de su archivo personal en donde aparecen él, Morales, Lupita Ochoa y Cuauhtémoc Méndez, infrarrealistas los últimos dos. Lamentablemente, Valle-Castillo no supo especificar si Morales y Santiago en efecto convivieron aquí, juntos, en Nicaragua. 
Basta leer un poco la obra de Bolaño para tener pruebas de su relación con Morales; ¿y Santiago? Sí, material de Morales aparece en Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego, antologado por Bolaño; es, incuestionablemente, un personaje de Los Detectives Salvajes; figura también en El bardo insufrible: Nueve ensayos poéticos, también de Bolaño, próximo a publicarse por Anagrama; pero, ¿qué pudo haber querido Mario Santiago con Beltrán Morales? Mi teoría, que aseguro está lejos de la argumentación sin fundamento de un párvulo escritor, es la siguiente: preparaban una antología. Una antología de poesía latinoamericana. Cuando visité a doña Yolanda por segunda vez, me mostró, entre álbumes atiborrados con fotografías de épocas conspicuas, un archivero ya en desuso, lleno de papeles; la primera vez nos limitamos a tomar café y conocernos. En ese archivero descubrí, en un viejo cartapacio de cuero, grabado con las siglas M.S. y B.M., un conjunto de papeles: poemas sueltos de distintos autores. En la última hoja, leí Lo que aguarda bajo la bota del amo, seguido de una especie de introducción, una declaración de cómo la poesía corría peligro en los orbes de poder y de cómo era necesario regresarla a su lugar de origen: bajo la suela del todopoderoso oficialismo. Regresarla a lo ilegal, a la marginalidad. Más que una presentación o un prólogo, era un manifiesto, firmado por Santiago y Morales. Luego, había una lista de poetas, que, dichosamente, tuve la oportunidad de copiar en ese momento, y que aún hoy conservo:

Andrés Caicedo (COL) Edgar Altamirano (MEX)
René Dávalos (PRY) Isabel de los Ángeles Ruano (GTM) 
Amada Libertad (ES) Mario Santiago (MEX)
Jorge Debravo (CR) Nilton da Silva (BRA)
Raúl Núñez (ARG) Luis Hernández (PER)
Tato Laviera (PR) Livio Ramírez (HON)
Armando Rojas Guardia (VEN) Chuchú Martínez (PAN) 
Enrique Lihn (CHL) Elder Silva (URY)
Rina Tapia (BOL) Reynaldo Mariani (ARG)
Felipe Granados (CR) Linda Wong (NIC)
Adrián Javier (RD) Roberto Bolaño (CHL)
Beltrán Morales (NIC) María Emilia Cornejo (PER) 
Guadalupe Ochoa (MEX) Antonio Preciado (ECU)
Pedro Pietri (PR) Berta Alicia Peralta (PAN)
Amílcar Colocho (ES) Luis Rogelio Nogueras (CUB)
Juan Chow (NIC) Rodrigo Lira (CHL)

Pero hasta acá con las buenas noticias; explicaré el acabóse de mi hipótesis: por motivos irrelevantes para este contexto, tuve que ausentarme varias semanas de la capital. Cuando regresé con doña Yolanda, una infortunada gotera había filtrado las aguas del reciente invierno y había destrozado buena parte de los documentos guardados en el archivero, incluyendo los poemas del cartapacio. Muere así, lastimosamente, la única evidencia que podría validar mi historia, lo cual, aunque no haga falta decirlo, arruina por completo mi demostración y mi pretensión de encontrar un fragmento de valor en este piélago literario, mugriento de tanto silencio y ostracismo.
Proporcionaré, ya como consuelo, algunos datos perennes: Mario Santiago murió atropellado en la noche de un México D.F. de 1998; Beltrán Morales falleció una tarde de 1986, en un manicomio de Managua; la referencia a Claudia Saldaña, muerta allá por el 76, es lo que se conoce como un mal guiño literario; doña Yolanda aún vive sola y adora recibir visitas, por si a alguien le interesa.

[*] Relato publicado en mi libro Flojera 
(Centro Nicaragüense de Escritores, Colección Narrativa, 2012).


lunes, 24 de junio de 2013

Diez motivos por los cuales fervientemente mantengo que "Man of steel" será una gran ______________


1. Qué gran tipo. Lo que Nolan no logró en Batman begins, acá lo hace de maravilla. Kevin Costner gana por mucho el trofeo al mejor padre del universo. Es potente, determinante, y cada oración que articula es como una pequeña máxima de vida. Confesión: no es que llorara, es que las gafas me molestaban.  


2. Zach Snyder sabe contar una historia. Lo hizo con 300; confirmado con Watchmen; en Suckerpunch vaciló un poco. Sin embargo, Snyder es un director que sabe narrar una historia, sea buena o no. Y aunque Man of steel es a veces un poco cómoda, muy parecida a The avengers: una sucesión tras otra de convenientes coincidencias (Ah que estabas justo cuando me ataca el robot / Cuando la loca extraterrestre me quiere matar vos llegás para salvarme / Al momento que caemos en una heroica picada a muerte para salvar el mundo, ups, resbalo y vos venís volando), Snyder (o los guionistas, más bien) presentó una historia sólida. Un Clark Kent cavilado por la angustia de no saber de dónde es ni hacia dónde va. Es como The perks of being a wallflower pero con súperpoderes. 

3. Amy Smart. Una actriz muy interesante, con una belleza peculiar, que al principio había generado reservas sobre su fichaje, pero saca adelante el personaje. Bueno, más o menos. Bastante infantil, en realidad, con esa muletilla suya del Pulitzer. C'mon, gurl, es sólo un tonto premio. 

4. Perry White. Muy gracioso, muchachos, muy gracioso.


5. General Zod. Muy buena reivindicación del personaje. El anterior Zod era tonto, un baboso. De hecho, los tres criminales de la Zona Fantasma eran bastante ridículos, sobre todo aquel gorilón que no podía siquiera modular una palabra decente. Me hubiese encantado escuchar "¿Por qué preguntás eso si sabés que te voy a matar?" pero creo que no era el momento. Calma, Manuel, calma.


6. Kal-El es Jesucristo. Huidobro dixit. 

7. No aparece la bandera gringa. Al menos no como en Superman 2.

8. No hay referencia alguna a Brainiac. Esto no sé por qué es bueno.

8 y medio. Aparece este sujeto. Luego muere.


9. Una cisterna fuera de control. Lex Luthor no vio la luz por ninguna parte. ¿Bueno? ¡Buenísimo! Recordemos que, en sus comienzos como súpervillano, Luthor era un científico loco. Luego fue transformado en la peor amenaza del mundo moderno: un empresario, así que no sé cómo reaparecerá . Luthor no aparece del todo en la cinta, lo cual considero como un total acierto. Por momentos, esperaba una aparición post-créditos, pero, seamos honestos, nadie se queda al final de los crédidos. (¿Ah?, en serio, ¿ustedes?) Reconozcámoslo: este Luthor debe ser un perfectísimo hijo de puta. Todos lo deseamos. Hackman era un pendejo; Spacey también, incluso peor. ¿Entonces quién para encarar al más grande genio malévolo en la historia del crimen? Consejo: debe ser joven, atractivo, y con muchas ganas de devorarse un personaje obsoleto y defecar maldad pura. 

10. Bill Murray podría ser Otis.   


viernes, 21 de junio de 2013

La forma en cómo se para un adúltero


Puede estirarse hasta casi no reconocérsele más. Expandirlo y expandirlo, como el elástico de tu bóxer favorito, como los límites del mar. Me refiero al héroe, su figura. Da para mucho. Puede ser desmitificado (the newest stuff), remitificado (¿puede la pared aguantar otra capa de pintura?), antimitificado (mi favorito), o simplemente puede ser objeto de burdas explotaciones, pobres y aburridas interpretaciones, sucediéndose una tras otra, perdiendo por fin toda la (sí, yo voy a decir esto:) mística y la dignidad (si acaso le quedara alguna). Quedan vueltos simples monigotes de bondad artificiosa; un role model que es bueno porque , sin leit motivs, sin justificación aparente. El muchacho bueno de la cinta, deslumbrante siempre con esa represa perlina que Dios le ha puesto en la boca, que no fuma ni toma ni coge. ¿Aburrido, verdad? ¿Y qué hay del otro, el anti-héroe, el que todos queremos ser? Más aburrido, aún. Sí: éste fuma, coge, dice obscenidades, se mete cosas ilegales, va a un streap-club si le da la gana, ¿pero qué más? Aparte de un salvaje y atrayente coqueteo con la autodestrucción, nada. Poco hay debajo de esa rudeza, de ese temerario que maneja furioso por un desierto asolado por sólo desdicha y desesperación. En Batman Year One (2011), una vez más, no es Batman, el vigilante que la ciudad más podrida (¿habrán considerado incluir en su ranking a Managua?) del mundo necesita, quien más atrae, quien más excita, sino un hombre común, corriente, atribulado: Jim Gordon. Un hombre regular, sórdido, hermoso.


La trama de la película no es nada de otra galaxia (ajá, ajá, ¿vieron la referencia al DC Universe?): Bruce Wayne regresa a Gótica luego de varios años de ausencia. Atormentado aún por el asesinato de sus padres, decide convertirse en un símbolo de terror que azote al hampa más baja de la ciudad. (Debo confesar que me muerdo los labios al pensar en la culpa que le atormenta.) Por supuesto que su arranque es bastante accidentado. Se considera, en ocasiones, un aficionado con suerte. Entonces viene aquí la hecatombe argumental que estábamos esperando: aparece un escena un joven detective idealista con más valores que experiencia. Su falta de pericia, rápidamente, le cuesta caro. Debe aprender a lidiar con un sistema corrupto; oficiales que aceptan cualquier soborno; jueces parasitarios que bambolean la ley como si tratara de alguna dominatrix costosa. Su nombre: Jim Gordon. Barbara, su esposa, está esperando su primer hijo. Jim detesta su nuevo trabajo; odia Gótica, cree que no hay escapatoria, hasta que choca de frente con este enorme muro que se llama Batman y que el idioma de las calles ha categorizado como héroe. El enfrentamiento (o la danza) entre estos dos personajes es espectacular. El joven detective, para entonces ascendido de rango, empieza una persecución contra este paladín outlaw. Convoca los mejores elementos disponibles, entre ellos, una preciosísima detective. Entonces, cuando nos habían engañado, haciéndonos creer que todo transcurriría con la misma naturalidad de siempre, que era sólo otra película abarcando los hechos iniciativos del Hombre Murciélago, ocurre lo que, por años, me ha parecido de lo más suculento en una película animada de esta especie: Jim vacila. Se ha enamorado perdidamente de la rubia Flass, una bomba sexual enrolada en las filas policíacas de Gótica. Y, por si no lo he dejado claro, Jim está sufriendo. Ama a su esposa. Siente, ah qué delicia, culpa. Peor aún: sus enemigos (Gotham's cops) saben de su affair y aplican un sutil chantaje. Qué romántico, ¿no? Jim se ve obligado a decirle la verdad a su esposa; la detective Flass solicita su traslado; paralelamente, Bruce Wayne ha encojonado a todos los mafiosos de la ciudad, pero es el criminal más peligroso quien ha decidido no dejarle pasar ni una más. La ley, me refiero a la ley. Es cazado por ---y aquí comienza lo que desde el 2.008 estamos acostumbrados a ver: Batman es acorralado por la policía, llama a unos murciélagos en su rescate (yeeeiiii) y huye como una sombra o la sombra de una sombra, dejando atónitos a mí, a usted, a cualquier bobo que se le ponga de frente. El resto es irrelevante: un mafioso amenaza la vida del hijo de Gordon (para entonces su matrimonio es una pieza de porcelana china), Bruce Wayne (not Batman) lo salva, y todo termina con un amigo, tomándose una taza de café, esperando a otro amigo en plena azotea durante un desatado invierno. Me pregunto: ¿no hemos estado viviendo este mismo final over and over again? Hay algo noble en esta cinta, y sucede cuando un hombre  culpable encuentra en otro hombre culpable, más que redención, un apto receptáculo para toda su pena.  


La película tiene un tono parco, casi lento, desenvuelto de a poco, igual a un pañuelo que guarda un secreto en su interior. Tiene momentos muy ricos, y la animación es muy buena. Su mayor cualidad (y esto me lo había querido reservar hasta este momento; ¿escucho acaso el redoble de un tambor?) es indudablemente el uso de los monólogos interiores para dar profundidad a estos personajes. Véase nada más la mente atormentada del adúltero Jim Gordon para tener una clara idea de lo bien que hicieron su tarea los guionistas. Spolier alert: la voz de Gordon puede suscitar muchas emociones en los seguidores de Breaking bad. Cons: El único achaque que tengo para la película es la innecesaria aparición de una halleberryana Selina Kyle. Claro está que DC no perdería tan valiosa oportunidad de promover un spin-off así. Pros: La escena de la foto debajo de esta última línea. Admirable. 



domingo, 9 de junio de 2013

AGUACERO DE TRES DE MAYO


PREMONICIÓN

Papá podría estar muerto,
llorado sobre una cama,
vestido de negro,
sin olvidar el sombrero.
Se llevaría pedazos
de tierra entre las uñas.
Sonreiría así –dormido–
metido en una caja.

¡Y yo que le he llorado tantas veces!

Porque papá se muere en todas mis infancias
y como todo muerto,
levanta la cabeza si lo recuerdan,
camina hacia atrás
hasta encontrar la cama
en la que lloran sus hijos.

Me vuelve a engendrar entre sudores
me amamanta con su teta seca
y yo que aún palpito
suspiro pensando en que mi padre
podría estar muerto
y hoy no ha recibo mi llamada.

TIJERAS

Mi madre está partida
Solo la mitad me ama.
La otra, mi madre,
el mismo día que me vio nacer
me cortó con tijeras.

A veces la miro
con ojos grandes y huérfanos.
Solo a veces la reconozco,
cuando me escucho cantando una canción de cuna.

TRAJE DE FIESTA

Cada día termina
cuando el sueño se apiada de mí.

Antes,
es un rito de gestos y miradas
en escenarios definidos
por el nombre del día.

Jueves,
mañana seré la de las Converse rojas.

CHAT

A las 5 de la mañana resulto ser
solo la pretensión de la noche anterior.
Así que uno desaparece
y ¡listo!

Queda el registro de las letras
dando vueltas en la pantalla.

¡Se puede morir tantas veces!

AGUACERO DE TRES DE MAYO

Hoy Cartago no se ve en el reflejo de las ventanas, pero todas las puertas están abiertas. Los vecinos sacan la cabeza y estiran los cuellos atisbándole el nivel al agua. Rezan para que esta vez la alcantarilla sirva para algo. Luego rezan para que el agua llegue sólo a la sala. Después para que salve el sillón floreado.

Son las cinco de la tarde y las brumas nos juegan malas pasadas perdiéndonos el Irazú. Mientras, serpentea la fila haciendo vaho de mufla y tomando distancia por olfato.

El kilómetro de siempre a casa se suspende en el reloj azul sobre la muñeca. Afuera transcurre todo, yo estoy adentro y debajo el asfalto tiene caprichos de animal vivo. Abre el hocico y trata de tragarse mi llanta izquierda de un bocado, escupe bolsas de basura y mira a los perros entrar persignándose a las iglesias.

Seis eternas. Manejar por tacto es la próxima inclusión en mi curriculum vitae.

Para estas alturas fumarse un cigarro no agravaría la situación. El parabrisas siempre empañado se inventa un sol, casa, conejos y un árbol prendido en preescolar. Tronco y garabatos a un solo dedo y con ojos cerrados.

Siete menos diez. El radio se declara en huelga y John deja de cantar “let it be…” justo cuando yo digo “beeeeeeee” y arrojo humo por la boca. No sé a qué hora empecé a llorar por mis sillones.



Karla Sterloff (San José, Costa Rica, 1975) estudió Psicología y Ciencias de la Educación. En el 2008 obtiene el primer lugar del Concurso Centroamericano de Cuento de la Asociación Costarricense de Escritores, y en el 2009 obtiene Mención de Honor en este mismo certamen. Con Especies menores, de donde se sustraen estos textos, gana el I lugar en el Concurso de Poesía convocado por la EUCR en el 2011. 

domingo, 21 de abril de 2013

Mario Meléndez


Mario Meléndez (Linares, Chile, 1971) estudió Periodismo y Comunicación Social. Entre sus libros figuran Apuntes para una leyendaVuelo subterráneoEl circo de papel y La muerte tiene los días contados. En 1993 obtuvo el Premio Municipal de Literatura en el Bicentenario de Linares. Sus poemas han aparecido en diversas revistas de literatura hispanoamericana y en antologías chilenas y extranjeras. A comienzos del año 2005 fue galardonado con el premio Harvest International al mejor poema en español otorgado por la University of California Polytechnic, en Estados Unidos. Parte de su obra se encuentra traducida al italiano, inglés, francés, portugués, holandés, alemán, rumano, búlgaro, persa y catalán. Durante cuatro años residió en la Ciudad de México, donde dirigió la serie “Poetas Latinoamericanos” en Laberinto ediciones y realizó diversas antologías de poesía chilena y latinoamericana. Actualmente radica en Italia. A comienzos de 2013 recibió la medalla del Presidente de la República Italiana, concedida por la Fundación Internacional Don Luigi Di Liegro. Es considerado una de las voces más importantes de la nueva poesía latinoamericana.


Para leer Recuerdos del futuro / Erinnerungen an die Zukunft, clic ACÁ.

sábado, 9 de marzo de 2013

“Todo escritor tiene una intención que lo diferencia de los demás” - Entrevista a José López Vásquez



Es uno de los fundadores del grupo Voces Nocturnas,  escritor de los poemarios “El Mesías no volverá a nacer” e “Infierno Erótico”,  José  López  Vásquez (Managua, 1986) es  una referencia entre los nuevos poetas nacionales.


José, ¿qué cambios has notado en la literatura nacional de los últimos años?
Creo que varios. Por ejemplo la aparición de nuevos íconos dentro de la escritura, nuevas formas de expresión; considero además que existe una tendencia de ruptura con la poesía exteriorista, coloquial, anecdótica, pues en muchos autores emergentes se está adoptando lo que es el surrealismo; creo también que hay un poco más de creatividad en la forma de expresar las imágenes, las metáforas, las adjetivaciones, en ese sentido hay una renovación del lenguaje.
Existen ciertas críticas de que algunos los autores nuevos se están clonando con los mismos temas, ejemplo: alguien escribe sobre sexo y los demás lo hacen, de manera distinta, agregándole más o quizá menos que el anterior, ¿qué opinás sobre eso?
Yo creo que eso siempre ha existido; eso simplemente se llama influencia, es decir, siempre hay un autor o varios autores que de cierto modo influyen en la manera de escribir de los demás. Me parece que es algo propio de la naturaleza de la escritura.
¿Cuáles son los temas más recurrentes en los autores jóvenes?
Según hasta donde he leído a los autores jóvenes los temas que más abordan son: la urbanidad, el existencialismo, la soledad, la violencia, entre otros.
¿Vos creés que la poesía siga siendo el género predominante en la literatura nacional?
Hasta el momento sí, pero creo que poco a poco la narrativa va ganando espacio; cada vez hay más cuentistas y novelistas jóvenes, se está volviendo como una especie de fiebre.
¿Qué opinás de los nuevos narradores?
No he leído mucho de ellos, sería ser mentiroso de mi parte si te digo que he leído a más de tres. Sin embargo hasta donde he leído les doy un 8 en la escala del 1 al 10.
En comparación a otros autores mayores de treinta años, ¿ves en estos jóvenes mayor o igual talento al escribir?
Creo que es difícil comparar, porque es difícil conocer a fondo la intención de cada autor. Todo escritor tiene una intención, un motivo, algo que lo diferencia a veces mucho de los demás y esto en ocasiones se confunde con la calidad. En resumen te diría que hay más preocupación entre los autores jóvenes por el manejo del verso, la construcción del poema y cada uno de sus artificios.
¿Vos vas a seguir con la poesía o intentarás también otro género?
Estoy metiéndome al género de la narrativa poco a poco, pero sin abandonar la poesía. Estoy escribiendo mis primeros pinitos.
¿Creés que en este tsunami de nuevos autores haya influido, para su promoción, la creación de los blog y otros medios de la internet?
Creo que sí, porque ahora has más espacio donde podés darte a conocer tus creaciones. Los poetas como que se animan más para darse a conocer. Como que los que no se atrevían se están saliendo del closet.
¿Cómo ves a Nicaragua en el ámbito de la Literatura Latinoamericana actual?
La veo con mucha solidez. Como una nación que promete mucho, que puede dar mucho y los resultados solo falta esperarlos.


*Maynor  Xavier Cruz (1988). Chagüitillo-Matagalpa. 
Licenciado en Comunicación Social. Miembro del grupo 
literario Conciliábulo. Escribe cuentos  y poesía.

NOTA: Este divertidísimo texto está fielmente reproducido (copy+paste), en su totalidad, al original que se me ha enviado. Los vergonzosos errores ortográficos y las declaraciones del autor entrevistado (primera foto) son responsabilidad del entrevistador (segunda foto). No comparto las posturas del poeta, ni el abordaje del entrevistador. Como quien dice: en esta vela, yo no puse el muerto. 

viernes, 25 de enero de 2013

I give you veneno (I)



Aquí mando yo. Dueño del vacío, me instalo a sus anchas, lo recorro; me apodero de su filo negro reluciente. Domino a esas personas saliendo de sus casas, el cabello todavía húmedo, huellas de dentífrico asomándose por los labios, en sus loncheras las sobras del almuerzo más reciente, ya no más tibio o dispuesto. Soy monarca del gemido de los motores haciéndole el amor a la carretera; la saliva de los buseros lacerando la mañana; el día que poco a poco se va desvistiendo, putita orgullosa danzando sobre nuestra lengua. Ahí es que gobierno: déspota, absoluto, inmisericorde. Y todo esto, antes de llegar a la planta.  

Soy el rey de la nada.

miércoles, 9 de enero de 2013

Conversaciones con Cioran - UNO [*]



El literato es un indiscreto que desvaloriza sus miserias, las divulga, las remacha: el impudor. Es una frase de usted. ¿Autorretrato?
Exhibirse resulta en cierto modo indecente, pero en el momento en que escribes no te exhibes. Estás sólo contigo mismo. Y no piensas que se publicará algún día. En el momento en que escribes, estás tú solo contigo mismo o con Dios, aunque no seas creyente. A mi juicio, eso es, en verdad, el acto de escribir, un acto de inmensa soledad. El escritor sólo tiene sentido en esas condiciones. Lo que hagas posteriormente es prostitución. Pero, a partir del momento en que has aceptado existir, debes aceptar la prostitución. Para mí, todo tipo que no se suicida, está prostituido, en cierto sentido. Hay grados de prostitución, pero es evidente que todo acto presenta características similares a los de quien hace la carrera.
Pero siempre he dicho que hay dos impulsos en mí. Recuerde usted precisamente a Baudelaire, los postulados contradictorios, el éxtasis y el horror de la vida… Cuando sabes eso, esos postulados contradictorios, como él los llama, hay, lógicamente, contradicciones, cosas reprensibles, cosas impuras en todo lo que haces. Oscilas entre el éxtasis y el horror de la vida… No eres un santo. Las personas más puras son las que no han escrito, las que no han profesado nada. Son casos-límite. Pero, a partir del momento en que aceptas, en que te debates para vivir –para no matarte, digamos–, te avienes a transacciones: lo que yo llamo impostura. Para mí, eso tiene un sentido filosófico, evidentemente. Todo el mundo es impostor, pero también hay grados en la impostura. Pero todos los vivos son impostores.  

[*] Conversación inédita con Jean-Francois Duval, escritor y periodista suizo, celebrada en junio del 79.