El literato es un indiscreto que
desvaloriza sus miserias, las divulga, las remacha: el impudor. Es una frase de
usted. ¿Autorretrato?
Exhibirse resulta en cierto modo
indecente, pero en el momento en que escribes no te exhibes. Estás sólo contigo
mismo. Y no piensas que se publicará algún día. En el momento en que escribes,
estás tú solo contigo mismo o con Dios, aunque no seas creyente. A mi juicio,
eso es, en verdad, el acto de escribir, un acto de inmensa soledad. El escritor
sólo tiene sentido en esas condiciones. Lo que hagas posteriormente es
prostitución. Pero, a partir del momento en que has aceptado existir, debes
aceptar la prostitución. Para mí, todo tipo que no se suicida, está
prostituido, en cierto sentido. Hay grados de prostitución, pero es evidente
que todo acto presenta características similares a los de quien hace la
carrera.
Pero siempre he dicho que hay dos
impulsos en mí. Recuerde usted precisamente a Baudelaire, los postulados
contradictorios, el éxtasis y el horror de la vida… Cuando sabes eso, esos
postulados contradictorios, como él los llama, hay, lógicamente,
contradicciones, cosas reprensibles, cosas impuras en todo lo que haces.
Oscilas entre el éxtasis y el horror de la vida… No eres un santo. Las personas
más puras son las que no han escrito, las que no han profesado nada. Son
casos-límite. Pero, a partir del momento en que aceptas, en que te debates para
vivir –para no matarte, digamos–, te avienes a transacciones: lo que yo llamo
impostura. Para mí, eso tiene un sentido filosófico, evidentemente. Todo el
mundo es impostor, pero también hay grados en la impostura. Pero todos los
vivos son impostores.
[*] Conversación
inédita con Jean-Francois Duval, escritor y periodista suizo, celebrada en junio del 79.
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