Aquí mando yo. Dueño del vacío, me
instalo a sus anchas, lo recorro; me apodero de su filo negro reluciente.
Domino a esas personas saliendo de sus casas, el cabello todavía húmedo,
huellas de dentífrico asomándose por los labios, en sus loncheras las sobras
del almuerzo más reciente, ya no más tibio o dispuesto. Soy monarca del gemido
de los motores haciéndole el amor a la carretera; la saliva de los buseros lacerando
la mañana; el día que poco a poco se va desvistiendo, putita orgullosa danzando
sobre nuestra lengua. Ahí es que gobierno: déspota, absoluto, inmisericorde. Y
todo esto, antes de llegar a la planta.
Soy el rey de la nada.
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